Te enseñaré el fervor


 

Vivimos en el Caos

 

Seguramente a más de uno sorprenderá el título de este libro: “Ordenar el Caos interior”. En primer lugar, porque lo que más tememos es que en algún momento se desorganice nuestra vida y podamos caer en el caos más absoluto. La expresión “Caer en el Caos”, ya nos avisa de que vivimos en la idea ilusoria de que nuestra vida se desarrolla en un cierto orden. Vamos, que lo normal es mantenernos en ese orden, y sólo consideramos la posibilidad de caer en el Caos como una amenaza. Esto alimentará sin duda, la extrañeza.

        Pero también porque asociamos la idea del Caos con una ruptura brusca de todas las normas y códigos por los que discurre nuestra vida. Caer en el Caos es perder pie, dejarnos arrastrar por la vorágine del sinsentido, abandonar el poco control que aún conservamos de nuestra vida. El Caos, así considerado, está muy cerca de la locura.

        Sin embargo todas las corrientes de espiritualidad han hecho de la ascesis un camino para buscar un cierto orden dentro del Caos. Es decir: no han negado que vivimos en él, sino que han intentado dentro de él, rastrear pistas que nos pudieran acompañar para orientar y ordenar nuestra vida. Lo problemático, en nuestro tiempo, es que hemos convertido imaginariamente ese orden en lo normal, cuando en realidad se trata de unas dinámicas que sólo pueden destacarse sobre un fondo de Caos.

        Nos gusta imaginarnos que estamos viviendo en un mundo ordenado, normado, estable y que, en todo caso, lo que se nos pide en encajar en algunas de sus vías, no salirse de los carriles de la autopista, seguir las indicaciones que se nos hacen. Pensamos que sólo así se nos asegurará un viaje vital tranquilo, sin sobresaltos, y la seguridad de alcanzar la meta anhelada.

        La metáfora del Caos nos cambia la perspectiva: no es que en alguna que otra ocasión hayamos tenido la sensación de que nos descontrolábamos, de que íbamos a caer en el caos. Sino que, de hecho, nuestras vidas están en el Caos, no de forma ocasional, sino permanente. De modo que en esos momentos en que sentimos que estamos a punto de perder pie, en medio de lo caótico de nuestra vida, debemos tranquilizarnos. Ya estamos en medio del caos y ahí hay que buscar las dinámicas que nos ayuden a recuperar la armonía.

La metáfora del Caos, que es la constatación del continuo fluir de la creación, nos ayuda a ver  el mundo como un flujo de modelos animados, sorprendentes, con sutiles relaciones, giros imprevistos. Ahí, en ese Caos es donde han nacido todos los órdenes psicológicos, físicos y sociales que conocemos.

        Caos que es, al mismo tiempo, creación y destrucción, muerte y renacimiento constante. El flujo del Caos sigue trabajando en nosotros, más aún es el retrato de cada uno. Como un arroyo de montaña, como las olas del mar, como las nubes que pasan… el aparente desorden en su variedad enmascara un modelo subyacente estable y siempre cambiante. Del mismo modo nuestros cuerpos se renuevan constantemente y aunque somos la misma persona que hace años, también somos sustancialmente una persona nueva.

        De donde se deduce que la metáfora del Caos nos hace caer en la cuenta de que estamos hechos de la misma materia que las estrellas, que restos del nacimiento del universo se encuentran dentro de nuestros cuerpos en formas ordenadas. Mientras vivimos y cuando morimos vuelven al flujo del caos que sigue trabajando en los ritmos de nuestra tierra.

       

La imagen del arroyo a la que aludíamos nos hace percibir que este se encuentra formando parte de una unidad con otros ecosistemas (animales, plantas) que beben de sus aguas. El clima en su variedad aumenta o disminuye su caudal, las semillas son transportadas por su corriente. Del mismo modo cada uno de nosotros estamos interconectados con los sistemas de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento que fluyen a través de nosotros. Vivimos dentro de esos movimientos que afectan a los demás y que les provocan también a ellos un caos a veces imprevisible.

Ello nos permite ver el mundo como un flujo constante en permanente fascinación por lo nuevo y desconocido que llegamos a ser. Nos ayuda a afrontar situaciones de incertidumbre y contingencia, que al fin y al cabo, es nuestra condición de creaturalidad. Somos un laboratorio en continua transformación, nuestra “forma” está creada y sostenida por el mismo flujo del que formamos parte. Somos lo que comemos, respiramos, experimentamos, sentimos, amamos, etc. Todo en un proceso continuado de elaboración.

A través del nuevo prisma del Caos descubrimos que no podemos comprenderlo todo porque nuestra comprensión forma parte de ese todo. En la realidad se encuentra un punto de fuga que no podemos percibir sino indirectamente: el misterio. Hay mucho desconocido en lo que conocemos: los huecos forman parte del conocer humano y crean un nexo entre lo conocido y lo desconocido.

        Atrevernos a vivir buscando la armonía interior ha resultado ser una aventura para nuestro propio modo de conocer y para descubrir otras metáforas más creativas que la percepción ordinaria de la realidad. Cuál sea ese “otro modo” de percibir y conocer el mundo nos es desconocido. La incógnita está en el centro de la pregunta, en el abismo de lo que ignoramos. El problema se resume siempre en la paradoja: ¿para sintonizar con la armonía perdida qué pregunta nos debemos hacer?       

 

 

 

PEDAGOGÍA ESPIRITUAL PARA UNIFICAR LA VIDA

 

Todo cristiano debe estar en proceso permanente de superación, porque formarse es transformarse bajo la acción del Espíritu en medio y a través de las circunstancias concretas que nos toca vivir. Toda persona debe aspirar a darse a luz a ella misma, a ser consciente de que debe realizar el sueño de Dios sobre ella. Ello implica una correcta inserción del orden de la gracia en la condición humana, que debe colaborar con la acción de Dios, tanto a través de los medios sobrenaturales, como de los medios humanos.

El amor gratuito de Dios, su gracia, siempre nos afecta aquí y ahora, de modo que entra en nuestra experiencia cotidiana, aunque sin dejarse instrumentalizar, sin dejar de ser Dios. Siempre en el fondo, siempre como parte del contexto general de nuestra experiencia cotidiana, Dios “se va acercando” y se entrega a sí mismo a nosotros. Sin dejar de ser Dios, de muchas maneras se nos acerca y se nos ofrece.

        Nosotros no podemos tener ninguna relación con Dios que no implique una mediación, no podemos, desde nosotros, dirigirnos inmediatamente a Dios. Necesitamos de mediaciones simbólicas, existenciales, humanas. Pero Dios sí que se relaciona con nosotros de una forma inmediata, ya que se trata de una relación del Creador con su criatura.

        Lo que sucede es que debemos caer en la cuenta de que el Creador es también el Salvador. Cuando Dios actúa por su gracia salvando, renovando nuestro corazón, lo hace como Dios, es decir también como creador. De manera que no existe rivalidad alguna entre su don y nuestra respuesta.

        Dios obra nuestra respuesta, pero a la vez es “nuestra”, nos pertenece. La acción renovadora de Dios en nuestro interior es humana, se realiza en la única realidad que conocemos: nuestra existencia humana, histórica, contingente. Quien habla de Dios y de su salvación, habla también de nuestro mundo. Dios se hace verdad en nuestra historia concreta: como memoria agradecida en el pasado, como confianza y abandono en el presente y como última esperanza para el futuro.

 

Su amor abarca todo lo que somos

 

No se puede buscar a Dios al margen de la realidad que somos, porque la gracia de Dios, es decir, su presencia recreadora en nosotros, no es un ámbito exclusivo de la interioridad, sino de toda la realidad en la que vivimos. Somos “gracia de Dios” en todo y por todo lo creado de lo que formamos parte.

        Aunque esta experiencia del amor gratuito de Dios siempre está accesible, como un elemento de nuestras circunstancias de cada día, sin embargo no siempre es obvia. Dios permanece siempre libre para otorgarnos su Don sorprendente, un don que siempre supera todo lo bueno que somos, como criaturas suyas. Pero la presencia de Dios en todas las mediaciones es una cercanía absoluta, divina, libertad y amor creador que abarca toda la realidad creada y toda la historia.

La salvación de Dios está en la línea de todo lo santo, bueno hermoso y placentero que se puede realizar en nuestra historia, pero de modo que Dios permanece siempre libre en su oferta, lo abarca y, a la vez, lo supera. Desde dentro, sin inferirle ninguna violencia, trasciende toda la historia humana y la supera con su amor activo. Su amor abarca, como realidad activa, todo lo que somos y todo lo que vivimos.

 

Dios nos transforma dándose

 

Dios nos transforma dándose a nosotros primero, no al revés. Es importante caer en la cuenta de esta sencilla verdad: no es que Dios nos ame y se comunique con nosotros cuando nos transformamos, sino al contrario. La Biblia nos recuerda que Dios nos cambia porque nos ama, porque nos comunica su amor.

Dios está cerca de nosotros como salvador, y nuestra respuesta en libertad lo es como disposición a la invitación de amor suya. La naturaleza humana, en la práctica, está siempre moldeada por la gracia, es la capacidad de recibir la gracia como don gratuito, es un momento interior de la misma gracia como autocomunicación de Dios al ser humano.

        Hay ocasiones en las que la presencia de Dios amor destaca, en las que nos es más fácil darnos cuenta, y otras en que no. No tenemos que rechazar nada, ni huir de las circunstancias de la vida si queremos tener nuestra propia experiencia de Dios. Tanto las angustias o el temor, como el aburrimiento y el gozo o el dolor intenso son ocasiones para experimentar a Dios. La oración es el intento con el que buscamos captar la inmediatez de su cercanía, el intento de responder a su proximidad con nuestra apertura de corazón. Al orar nos hacemos conscientes de la cercanía real de Dios a nosotros. Orar no es tanto recogernos en nosotros mismos, cuanto acogernos por la conversión del corazón al Dios de Jesús, que nos ama y nos salva.

Desde esta convicción, se trata de preguntarnos: ¿qué es lo que impide al corazón del ser humano amar en libertad? ¿Cómo vencer los fantasmas que habitan en nosotros y condicionan nuestra libertad para responder al amor gratuito de Dios? ¿Qué es lo que hace verdaderamente libre o esclava la conciencia del ser humano?