Te enseñaré el fervor


“TANTO, TANTO, TANTO… AMO DIOS AL MUNDO!”

31/03/2010 10:19


     

¿Cómo mostrar la salvación de Dios?

 

La coherencia de nuestras vidas con la salvación de Dios se muestra en nuestras propias convicciones. En la búsqueda de una vida menos injusta y más digna para todos. Porque afirmar que la humanidad tiene remedio (es redimible!) nos tiene que llevar a dilucidar cómo podemos mostrar la salvación de Dios. Es decir: de lo que se trata es de preguntarnos por el camino de la adecuación del Amor en nuestras vidas.

         Cuando nos aprestamos a contemplar el derroche del Amor de Dios lo que nos brota del corazón es: “¡No había para tanto!” El modo como los creyentes mostramos la salvación que se nos regala responde a una desmesura: “Tanto amo Dios al mundo que le entregó a su único Hijo…!” (Jn 3,16). Ese “tanto, tanto, tanto amor…” que es el modo de acercarse Dios a nosotros, haciéndose uno de nosotros, naturalizándose un hombre cualquiera,  ya de por sí es algo que espanta.

         O es un escándalo o una locura. No caben términos medios. Dejar su condición y tomar la vida humana y además entregarla por un amor de amistad, para que llegáramos a comprender el límite inabarcable del Amor, es algo inconcebible. Ese “mayor amor” es, a todas luces, excesivo. A unos y a otros nos desborda ese derroche del amor cristiano que se muestra de una manera tan impensable.

         ¿Coherencia o in-coherencia del don? Estamos tentados a pensar que se trata más bien de lo segundo. Pero no es así. Precisamente en ese amor “de loco” es donde se muestra mejor la coherencia del don. El don o es derroche o no es don. Era necesario superar la idea de intercambio de bienes, para acudir al desbordamiento del derroche por amor. Se trata de ganarnos el corazón sacándonos de los preceptos y llevándonos al régimen de lo gratuito, al régimen del exceso, de la gracia.

 

Redescubrir lo dado            

 

Redescubrir “lo dado”, no lo conquistado, es el único remedio para pasar de una historia trágica y plural a una historia ética. No es suficiente con referirla a la universalidad, ni tampoco a la vida de las culturas, más aún, ni siquiera a la empobrecida razón de la posmodernidad.

         No podemos dar cuenta de ese entrelazado de pasión y sufrimiento que son nuestras historias particulares solamente desde la aspiración a una vida mejor. Porque el peligro es que de este modo justifiquemos el sufrimiento de las víctimas de la historia. Pensar en redimir la historia por el sacrificio de los inocentes (o del Inocente, que es lo mismo!) no nos puede dejar con la conciencia tranquila.

         Acudir al sufrimiento de los pequeños para proclamar la redención de la historia siempre es una salida en falso. No hacen falta víctimas para que nadie pueda alcanzar la felicidad. No hay que pagar ningún precio por ello. Aunque tantas veces la propia historia de todos los días se empeñe en demostrarnos lo contrario.

         Para reenfocar la historia, nuestra historia, nuestras historias pequeñas y fragmentarias, para darle un fondo sólido de sentido sólo tenemos una salida: redescubrir y reivindicar el don, lo gratuito, lo recibido. En realidad nos vemos en el brete de dar razón a lo que escapa a nuestra razón: que la vida nos desborda, que la recibimos y no la podemos merecer nunca, que sólo podemos entregar lo que nos ha sido previamente entregado.

         La comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor nos enseña a los creyentes en Jesús el único camino para la inclusión, porque es lo único que nos capacita para recoger toda la historia del mundo, y convertir el pasado en un presente que ya tiende hacia el futuro de Dios. Toda la historia del mundo, que no es única sino múltiple, formada, como el pan y el vino, por muchas espigas particulares que se extienden, como un haz de relatos, por los montes del mundo. O como muchos granos de uva, exprimidos y fermentados en el arcano de la historia humana, que sabe de gozos, y también de sufrimientos.

 

Volver a la escuela del don

 

Deberemos volver a la escuela del Don, a ver las cosas como regaladas, a contemplarlas desde el reconocimiento de lo bueno, es decir: como se nos mostrarían desde el punto de vista de su “remedio”, de su redención. Lo humano se puede salvar, tiene remedio. Todo lo humano se salvará, pero no está sólo en nuestras manos alcanzarlo.

         Hay un punto en la misma historia desde el que dimana luz para toda ella: la historia humana visitada por el Amor, la historia concreta de Quien se despojó de su rango y asumió la condición humana únicamente por la fuerza de un amor mayor. Dios, todo Dios, estuvo en la persona y en la historia entregada del hombre Jesús salvando y redimiendo. La historia humana no tiene remedio sin la respuesta libre y responsable del ser humano, pero tampoco sin la acción transformadora del don del Espíritu de Dios.

         Para volver a la escuela del don, para aprender a transparentarlo, es necesario que volvamos a descubrir la confluencia de los regalos recibidos de Dios y de los demás.  Ese Dios que habita y trabaja en nosotros y en toda la creación haciendo su obra de amor: renovando nuestro ser más íntimo y el más cotidiano. Rehaciendo las tramas vitales de nuestro querer en la propia vida y en las otras vidas: las de todos aquellos que se han entretejido con nosotros en un tapiz de mutualidad.

         Todo el universo personal y social está ligado por vínculos muy delicados pero muy estrechos: lo recibido como herencia y lo adquirido como conquista personal. Todas las dimensiones de la existencia, desde los sentidos corporales, la interior sensibilidad, la forma como organizamos el conocer, la manera de alimentar el recuerdo, todo nos está invitando a una experiencia de recepción y de don.

         Tanto la experiencia de lo que somos y tenemos como la de aquello de lo que carecemos y nos sabemos limitados,  tanto la vivencia de nuestras relaciones como la de la interioridad, están vividas en la doble dimensión de recibidas y de otorgadas. La confianza que prestamos a los demás es deudora del cariño que hemos recibido de ellos, el respeto por la veracidad de lo que decimos se corresponde con la autenticidad con la que hemos sido tratados. Y así en todas las dimensiones de nuestra vida.

         Lo que nos falta es volver a comenzar de nuevo a aprender del Amor en la escuela del don.

 

  

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