Te enseñaré el fervor


ACOMPAÑAR A LOS JÓVENES

27/01/2011 15:55

 ENTRE LA INCERTIDUMBRE Y  LAS NUEVAS BIOGRAFÍAS

 

1. ILUMINACIÓN: LA JUVENTUD COMO PROCESO DEL IMAGINARIO SOCIAL

 

Ya decía Pierre Bordieu, que la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente entre jóvenes y viejos. Lo que nos permite deducir que la edad es un dato manipulable que se deberá interpretar, y que el hecho de hablar de los jóvenes como una unidad social, un grupo constituido que posee intereses comunes, y referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye en si una manipulación evidente.

            Sin embargo a pesar de los muchos datos que se elaboran continuamente, aún son pocos los estudios que nos ayuden a aclarar los itinerarios vitales de los llamados jóvenes y sus nuevas biografías.  La juventud puede ser categorizada desde diferentes variables y el término hace referencia a producciones culturales y contraculturales que ellos despliegan, y más aún, a los sujetos específicos en su individualidad y en sus relaciones colectivas. La “juvenilización” es la expresión que adquiere un proceso por medio del cual se construyen imaginarios sociales con modelos que están en nuestras sociedades.

            En las políticas sociales se bascula entre las políticas integrales (que pretenden modificar las condiciones de vida de los jóvenes) y las políticas afirmativas (que buscan un cambio de eje hacia la autonomía y la ciudadanía plena) con posiciones a veces muy confrontadas que sólo consiguen perpetuar el esquema tradicional basado en la familia como principal sustentador de los mismos hasta avanzada la treintena. Más bien podríamos concluir que no existe alternativa a los planes de juventud, lo que nos llevaría a desear que se aborde esta tarea pendiente y no nos resignemos a dejarlos en una posición marginal.  Jesús Ibáñez, el sociólogo español, ya decía hace casi quince años:

“¿Por qué nos preocupamos tanto por los jóvenes? No debe ser por amor: si hubiera amor, no los dejaríamos pudrirse al sol, aparcados en las instituciones de enseñanza y/o patinando en el paro. Nos preocupamos porque les tememos. ¿Por qué tememos tanto a los jóvenes?”[1]

 

¿Por qué tememos tanto a los jóvenes?

 

Para responder con honestidad a esta pregunta conviene analizar cuidadosamente la imagen que manejamos cuando hablamos de “los jóvenes”[2]. Resulta muy curioso que, desde recientes estudios e investigaciones, se tilde a la juventud española de cada vez más inmadura, irresponsable e indiferente, o en todo caso de una generación que no acepta que la vida esté construida de una vez por todas y que quiere estrenarla irresponsablemente cada nuevo día.

            Los rasgos de: consumistas, egoístas, pensando sólo en el presente, con poco sentido del deber y del sacrificio, se suelen contraponer con otros menos negativos: son generosos, solidarios, leales en la amistad, tolerantes, pero con un sentido menos acusado que los rasgos anteriores. ¿Será el temor una razón oculta de este diagnóstico?

            Para ser justos, entre otras consideraciones, deberíamos indicar que la falta real de espacio y oportunidades pueden jugar un papel importante a la hora de contrapesar tan pobremente unos rasgos y otros. Tampoco es ajeno a ello que se detecte un bajo nivel de autoestima en la mayoría de los jóvenes, debido sobre todo a la mayor dificultad de emanciparse que tienen en la actualidad, respecto a generaciones anteriores.

La nueva edad, llamada “postadolescencia”, se caracteriza precisamente por un periodo prolongado de espera para poder ingresar en el mercado laboral. Ello afecta negativamente a su autoimagen. Porque las familias ya no pueden inducir ni orientar la emancipación de los jóvenes y se está produciendo un bloqueo, porque los jóvenes han de construirse por sí mismos su propio futuro.

De este modo, la juventud deja de ser un periodo entre la infancia y la edad adulta y pasa a prolongarse, definiendo una nueva edad estable, permanente y duradera de la que no se puede salir fácilmente. Los límites se ensanchan y se desdibujan con las evidentes dificultades que ello comporta acerca de la producción de una nueva identidad. Una identidad que se traduce en un proceso interminable e indeterminado que carece de salida, o al menos no de salida fácil, en muchos de ellos.

Esto conlleva un cambio en la biografía del joven o la joven, lo que implica sufrir una radical transformación que no está pautada socialmente y que conlleva muchos traumas nuevos. La sociedad posmoderna da lugar a una pluralidad de condiciones y estilos de vida que ya no dependen solamente de los recursos familiares o del entorno (aunque ayuden evidentemente), sino que además, producen en los jóvenes la necesidad de construirse una identidad para desarrollarse en una oferta muy amplia, y a la vez bastante reducida en realidad, de oportunidades biográficas.

 

Un fenómeno nuevo: las nuevas biografías.

 

En una “sociedad líquida”, según la metáfora de Zygmunt Bauman, o dentro de la “metáfora del caos” (John Briggs y F. David Peat) deberemos ir descubriendo las dinámicas apropiadas para un acompañamiento positivo y colaborador. Daremos unas cuantas ideas sobre el desarrollo de la construcción del sujeto en este suelo siempre cambiante y por estrenar: es lo que se ha llamado “identidad narrativa”.

Construirse esta identidad y aceptar la que han llegado a ser, es la clave de la propia madurez de los jóvenes. Dos marcas de identidad madura en los primeros años de los jóvenes adultos son: a) una buena articulación y expresión de las diferentes imágenes elaboradas en la historia de vida y b) la integración o reconciliación de los conflictos que dichas imágenes nos plantean. Es decir: se trata de un trabajo del imaginario y esta siempre es una tarea realmente difícil.

            El filósofo del lenguaje Ricoeur considera al “si mismo” como algo que cada uno se construye a través de narrativas de vida. Sostiene que estas narraciones o relatos (siempre autobiográficos, aunque no siempre sean conscientes de ello) modelan el comportamiento, y enfatiza el hecho de que el relato siempre esta intrincado con los relatos de otros. De donde se deduce que la identidad personal no puede articularse más que dentro de la dimensión temporal y social de la existencia humana.  

Las historias se narran, pero también se viven en el modo de lo imaginario: “Una vida no es un fenómeno biológico hasta tanto no sea interpretada. Y en la interpretación, la ficción desempeña un papel mediador considerable.”(…) “Es así como, mediante  variaciones imaginativas  sobre nuestro propio  ego, intentamos una comprensión narrativa de nosotros mismos, la única que escapa a la alternativa aparente entre cambio puro e identidad absoluta. Entre ambos queda la identidad narrativa.” [3]

Las historias construidas por los jóvenes en la post-adolescencia cristalizan como lugar de integración parcial de elementos del pasado. El marco del imaginario sitúa la acción de la historia de la propia vida en un lugar particular de confianza y de valor; un lugar donde se guarda lo bueno y lo verdadero, donde las dudas individuales encuentran sentido fuera de las convenciones. De este modo se producen modos diferentes de situar sobre el mapa ideológico el terreno de una historia de vida. Dos marcos principales se harán presentes: la ideología de la justicia o la ideología del cuidado. El primero sitúa a los jóvenes como seres autónomos y en conflicto, cada uno persiguiendo sus derechos individuales, pero el segundo los sitúa como seres interdependientes necesitados de cuidado y compasión.

Estos dos marcos son los lugares donde se captura la identidad narrativa en claves de acción. Se pueden llamar también "episodios nucleares". Probablemente es en ellos donde los jóvenes tienen por primera vez una perspectiva de su vida en términos históricos. “No estoy seguro de quién soy. Ahora tengo una historia: antes era algo pero ahora soy algo más. ¿Qué era yo? ¿Qué soy ahora? ¿Qué seré en el futuro? ¿Cuál es la relación entre pasado, presente y futuro?

Ciertas escenas del pasado están llenas de un fuerte significado simbólico, otras no, están olvidadas. La clave del escenario es que la vida puede ser vista como un “mito original”, que cuenta cómo llegué a ser de cierto modo, o escenas de transformación que cuentan cómo era de una manera y comencé a ser de otra. Episodios nucleares que impresionan los vínculos de la historia de vida, como puntos álgidos narrativos, o leves puntos, y puntos de cambio que explican cómo una persona permanece la misma y cambia a la vez[4].

En la post-adolescencia la narrativa inicial de uno respecto al sí mismo puede adoptar formas fantásticas, fábulas personales, verdadero bosquejo de la identidad que incorpora el tono, el tema y la imagen de la infancia rehechos ahora de nuevo. Estos escenarios reflejan la temática dual de "agency and comunión"(P. McAdams). Y así se enfatizan episodios de dureza, impacto, acción, o estatus, o más bien los de comunicación, amor, amistad, simpatía y contacto interpersonal.

Todo lo dicho anteriormente se puede leer también como oportunidad nueva para planear y configurar los modos como se quiere construir estilos de vida nuevos e independientes. Deberemos distinguir en las nuevas biografías de los jóvenes los diferentes procesos y tipos de trayectoria de inserción en el contexto social en el que se ubican y reconocer la nueva construcción del sujeto joven en un trabajo en paralelo que deberá realizarse con sumo cuidado.

 

2. PROPUESTAS DE ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL

 

Un nuevo enfoque en el trabajo con jóvenes

 

¿Cómo inciden estos cambios de la construcción de la identidad en el planteamiento del trabajo con jóvenes, sea formativo o directamente pastoral? ¿Dónde puede residir el éxito de un nuevo planteamiento en nuestra relación responsable con ellos? Diseñamos algunas de sus características principales.

            En primer lugar, tendrá que ser un enfoque individual, local, integrado. Las biografías se construyen a partir de patrones culturales, pero han adquirido una porosidad mayor al itinerario personal concreto. También deberíamos caer en la cuenta del influjo de lo local en nuestra aproximación a los jóvenes. No sólo las plataformas locales, sino también las territoriales tienen condiciones aptas para el acercamiento a ellos. Seguramente lo que pueda ser exitoso en una zona geográfica, puede que no lo sea en otra.

            También es importante subrayar que nuestro trabajo deberá ser flexible, guiado por las acciones que emprendamos, y orientado a dar soluciones reales a sus interrogantes y problemas. La pluralidad de modelos indentitarios, en la que ellos y ellas se mueven como pez en el agua, nos deberá hacer conscientes de la necesaria adaptación y flexibilidad. Igualmente los jóvenes esperan de nosotros acciones más que palabras, implicarles en decisiones de compromiso y que les ayuden a encauzar sus iniciativas.

            En tercer lugar tendremos que alternar programas de acompañamiento vocacional tanto formal como informal. Los contextos que van incorporando los jóvenes a su propia vida bloquean muchos nudos y destapan otros: cauces por donde discurrir su biografía, no siempre dentro de los límites establecidos. La creatividad se hará mucho más necesaria, pero una creatividad a la búsqueda de soluciones, siempre atentos al hecho de que son ellos, y no nosotros, quienes nos platearán las cuestiones claves.

            Tendremos que partir del lugar en el que se encuentran los jóvenes y escucharles, implicarles, recibir su propia visión y darles tiempos largos de decantación y experimentación. Todo lo que suponga buscar resultados inmediatos y querer traerlos a la nuestra, es tiempo perdido. Somos nosotros los que tenemos que movernos si queremos ampliar la zona de contacto con los jóvenes, y no suponer que van a ser ellos los que se desplacen hacia la nuestra.

            Finalmente, otra característica propia de este momento en el enfoque del trabajo con jóvenes es la continuidad. Basados en una orientación permanente, pero diferenciando los enfoques en diferentes clases de actividad.  Se trata de mantener el contacto modificando continuamente los planes concretos si fuera necesario. No debemos cansarnos de ofrecer nuevas perspectivas en nuestro trabajo, pero con perseverancia e infinita paciencia[5].

 

Acompañar en la multiplicidad de visiones del mundo[6]

 

Las nuevas generaciones se mueven como en su medio más propio en el escenario postradicional de la modernidad tardía. Éste es un contexto de reflexividad continua y de debilidad de convicciones. No es que vivan dudando, es que la duda forma parte de su modo de vivenciar la realidad.

            Sin patrones institucionales fuertes, viven y se alimentan de la experiencia, cuando no de la constante experimentación. No debemos estimar como debilidad lo que es ambiente y medio de vida. Para las jóvenes generaciones la vida no está programada de una vez por todas, sino que viven la intensidad de tener que decidir en cada una de las opciones, de arriesgar el sentido de la vida en cada momento, sin que tengan apenas recursos en donde apoyarse. Es una condición de la cultura y el tiempo en que vivimos.

            En las relaciones entre el joven o la joven y su contexto actual destacamos este rasgo que nos parece muy relevante: la vivencia de la juventud sin referencias fijas, pero moviéndose entre una multiplicidad de ellas. Nos encontramos frente a muchos y variados modelos, concepciones, llamadas, vehiculados principalmente por los canales de los mass media, en un intenso bombardeo de informaciones, motivaciones y estímulos. Contrariamente a la situación anterior en la que se nos mostraban como referencias las fijadas por la tradición o la familia, en la situación actual tienen que hacer un constante ejercicio de discernimiento, para el que no siempre se encuentran preparados.

            Es posible afirmar que uno de los efectos de esa multiplicidad de modelos e imágenes, es el enflaquecimiento de los patrones institucionales establecidos. Sólo se confía en ellos “hasta cierto punto”, y más que nada, en aquellos contextos de calidez afectiva que fortalecen las relaciones y se convierten así en un lugar propicio para la elaboración y fortalecimiento del sentido. Es inevitable constatar la exigencia de buscar nuevos caminos y acciones frente a este contexto que se suscita por la globalización de los estímulos y la fragilidad del proceso de toma de decisiones.

            El proceso de construcción de la identidad del sujeto “joven” se tiene que tejer en medio de estas condiciones que venimos describiendo. Es un nuevo escenario en el que la subjetividad y la multiplicidad de referencias de uno y otro signo, nos ponen en el brete de implementar un nuevo proceso de formación en el que nos dediquemos con humildad y fortaleza a descubrir nuevas estrategias de ayuda para colocar en su sitio lo que viven. Los escenarios vitales de nuestros jóvenes están transformándose de un modo muy rápido. Y deberemos aprender de ellos a ubicar nuestra intervención siendo mucho más conscientes de ello. Nos va a todos mucho en el intento.

 

Vertebrar el espacio de la subjetividad

                  

El espacio de la subjetividad se convierte en un contexto predominante para el proceso de reestructuración personal de los jóvenes, como una aventura absolutamente singular e inalienable. Ello supone que el joven o la joven de nuestros días deben construirse un espacio propio, marcar las lindes del lugar en el que podrán ser ellos mismos, y afirmarse en su propia subjetividad.

            Los jóvenes posmodernos buscan situaciones inéditas para la experimentación de sus capacidades aún por estrenar, en medio del bombardeo sistemático en el que viven. Se tienen que ocupar en explorar el espacio relacional entre los iguales, para no ser excluidos de los círculos de pertenencia. También tienen que explorar las salidas, las trayectorias vitales que les ofrecen la amistad, el sentido de grupo, e incuso la relación con los mayores.

            A través de estos espacios afectivos nuestros jóvenes buscan descubrir el sentido del compartir, de saberse acogidos en el grupo de iguales, de estrechar los vínculos solidarios para vivenciar los espacios de intimidad; en donde irá cuajando poco a poco una opinión propia, aunque será siempre provisional. La cuestión central es el desafío que se les presenta de constituir su biografía personal, de elaborar una dimensión propia, de ser ellos o ellas mismas, a partir de las experiencias vivenciadas que incluyen todo el dinamismo biológico, afectivo, personal.

            La turbulencia del descubrimiento de su sexualidad en la que se sumergen, con las situaciones inéditas que les provoca, el deseo de experimentar nuevas sensaciones y valores, les llevará poco a poco a ir decantando la originalidad de lo que sienten ser y a desear construir su personalidad y su opción de vida, de acuerdo con lo que vayan viviendo. Es importante no olvidar que están construyendo una opción vital nueva y que necesitan un tiempo de prueba, de experimentación, de tentativas en las que buscarse a sí mismos y vertebrar su opción de vida.

            En esta turbulencia, la opción de vida es muy importante, porque es lo más significativo en su propuesta de vida; por la experimentación, por las vivencias sentidas, entre las que se incluyen las amistades, los contactos, las formas de diversión, la sexualidad, la familia, la religiosidad, todo ello elaborado personalmente, están en un proceso de construcción personal. Hay que destacar la importancia absoluta que tiene hoy la participación en redes del tipo Twenti, Faceboock, etc. recogida con tintes de drama en el film que actualmente se proyecta La red social.

 

Modular corazones “performativos”

 

Los jóvenes de hoy abordan su propia construcción biográfica en un horizonte nuevo, desde una cualidad de corazón “performativa”. Con la expresión:”corazones performativos”, en el ambiente de espiritualidad difusa en el que viven, y como una reacción ante ella, nos referimos a lo que ha designado Hervieu-Léger, como la experiencia de alcanzar lo sagrado a través de dones y gracias.

            Es decir, viven la experiencia espiritual a través de una vivencia subjetiva que se convierte en parámetro de la presencia del Espíritu, mediada por un lenguaje persuasivo. Se confrontan a la mejora de la vida personal o familiar, a los cambios súbitos de conducta, o simplemente, a la experiencia de una novedad de vida, todo ello sentido como fruto de la propia conversión personal. Los cambios operados en su vida se tienden a valorar como una intervención instantánea, personal y decisiva de lo sobrenatural: casi como un milagro.

            Lo “preformativo” es la cualidad que se asigna al mensaje que nos alcanza y nos transforma. Nuestros jóvenes se hacen cargo de la experiencia de Dios, sobre todo en sus efectos sobre la propia vida, no tanto como una llamada que despierta la exigencia ética del compromiso, sino, más que nada, como una acción que les pone en una circunstancia nueva: la que viene provocada por el don del Espíritu del Señor.

            Desde esta mentalidad, el sentimiento será el protagonista de las nuevas sensibilidades en la producción social de significados personales y espirituales. Los jóvenes son muy capaces de hacer la experiencia de la gracia, es decir: de experimentar en las entretelas del corazón, la acción inesperada de Dios, de saberse obra suya. Pero, ciertamente, también de hacer de la sensibilidad interior el campo de experimentación y el banco de pruebas de su espiritualidad. Lo que no deja de suscitar problemas. Estamos ante un escenario nuevo para la experiencia de la gracia, y debemos caer en la cuenta de ello, para poder acompañarles y ayudarles en su propio estilo. Se nos hace urgente para los adultos que realizamos estos acompañamientos pasar de la búsqueda incesante de motivaciones novedosas a favorecer en ellos la necesaria urgencia de un compromiso real.

           

 

Hacer frente a la negatividad

 

En nuestros medios juveniles advertimos, con cierta frecuencia, una tendencia a cerrar los ojos ante la negatividad, a no mirarla a la cara. Como si todo lo creado fuera bueno en sí, que en principio lo es, pero no independientemente del uso que hacemos de ello mediante la voluntad humana. Como si nada hubiera en nosotros torcido o negativo. Como si fuésemos ángeles, sin pecado, aunque, eso sí, con ciertas debilidades, defectos o fallos.

            Es como si no les hubiéramos preparado para confrontarse con “la otra cara de la fuerza”, como se hacía patente en la saga de “La guerra de las galaxias”, es decir, con el mal en todas sus formas, del que participamos todos, en mayor o menor grado. Es como si hubiéramos olvidado que nadie ha estrenado el propio coche, que todos tenemos uno de segunda mano, que es el mayor efecto del pecado de origen.

             No somos dueños de nuestra propia casa, como decía Freud. Hay en nosotros dinamismos que, de un modo abierto u oculto, burda o sutilmente, nos están influyendo; y recaen, además, sobre la natural fragilidad de la condición humana. Porque somos de barro, y ello quiere decir que, aunque creados y modelados por Dios, estamos hechos de una materia frágil y quebradiza.

            La falta de una buena ubicación del mal y del pecado en la forma como evangelizamos a los jóvenes y nos dejamos evangelizar por ellos, es una manifestación patente de irresponsabilidad y un modo muy incoherente de quererles ayudar a afrontar el futuro con sus problemas y ansiedades.

            Si estuviéramos en el mundo feliz, al que muchas veces parecen remitirles nuestras propuestas educativas, el problema no sería tan grave. Pero hasta que no seamos capaces de reconocer la negatividad en la que el egoísmo humano nos sitúa, tanto en nuestras relaciones con los demás como con la entera creación, aún no hemos alcanzado la verdadera conciencia de una libertad abierta y responsable.

            La negatividad está en nosotros y fuera de nosotros. Y tenemos que hacerle frente porque respiramos su ambiente contaminado. Los límites del mundo duelen, no son siempre amables y solidarios, como nos gustaría, sino que hieren el corazón de tantos hermanos y hermanas nuestros, de tal manera que nos dejan en la esterilidad si queremos prescindir de ellos.

            Deberemos ayudar a los jóvenes a afrontar la negatividad y el fracaso en un doble sentido. En primer lugar, como una grieta personal, en lo más íntimo del corazón, como el lugar del pecado en nosotros, que se instala ahí y no nos deja hacer lo bueno que queremos, sino lo malo que no queremos. Esa es nuestra condición y en ella deberemos aprender a vivir y a superar los límites de lo que somos.

            Una experiencia profunda de la gracia del Señor de la Vida, que nos pone a punto la fortaleza para hacer frente a la negatividad del mal. Somos frágiles, pero todo lo podemos en la Roca que nos salva, que nos da alas de águila, refuerza la debilidad y nos procura resistencia para el combate cotidiano.

 

            En segundo lugar, afrontar la negatividad también nos supone, preparar a los jóvenes para la victoria contra los deseos prestados que nos cultiva la sociedad en la que nos encontramos inmersos. Las dinámicas de la ambición se enroscan en nuestro corazón y nos dejan debilitados e inhábiles para el amor, para la generosidad, para la vida.

Pero nuestra fe es la victoria frente al mundo y, con ella, adquirimos los instrumentos para hacernos fuertes contra dichas dinámicas, y contra el ambiente hostil, para vivir en plenitud la vida abundante que el Señor nos ofrece. Deberemos iniciar a los jóvenes en la aventura de la resistencia, y capacitarles para confrontar con humildad y fortaleza la fuerza del mal de la que nos sabemos triunfadores pero también deudores.

 

Globalizar la solidaridad

 

La solidaridad es un continente en el que los jóvenes se mueven con cierta soltura. Saben y comprenden que, con los otros y las otras, son mucho más que la mera suma de esfuerzos y tareas que llevan entre manos ellos solos. La solidaridad no es una urgencia para la gente joven, sino una segunda naturaleza. Necesitan y desean de los demás, desde los más cercanos a los más lejanos, para sentirse capaces de vivir su vida.

            Viven la solidaridad con otros jóvenes como la apertura necesaria de su mismo vivir, como algo que les marca con el regalo maravilloso de los compañeros. Se viven a sí mismos como parte de una red más amplia, quizá porque ya descubren los límites de la intimidad familiar como superados. Salen de la casa para buscar el hogar; por eso es un valor tan marcado en ellos la solidaridad de los iguales, la adherencia a la tribu.

            La solidaridad juvenil es una forma de abrazar el mundo desde la orfandad de los círculos familiares que ya no satisfacen. El amigo o la amiga íntimos, el grupo de colegas, no sustituye a la familia sino que la amplía y la celebra. Se hace necesario ampliar el círculo en el que se han desarrollado los años primeros y alzar el vuelo ejercitando la libertad de elección. Los padres o los hermanos no se eligen, a los amigos y amigas, sí.

            Es desde esta simple y espontánea vivencia de la necesidad de ampliar el círculo de lo conocido, como se debe acompañar al joven o la joven en la búsqueda de semejantes. Los compañeros y compañeras, los grupos de iguales, son el equipamiento necesario para estrenar la solidaridad, para ejercitarse en la vivencia de los intereses colectivos o solidarios.

            Los grupos juveniles de nuestras parroquias o centros educativos y pastorales son un taller de compañerismo y de colaboración entre iguales, pero deberían, igualmente, abrirles a una solidaridad mayor. Podrían ser el entrenamiento para la ciudadanía social del futuro, para la apertura a otra dimensión que se globaliza desde el interés por lo cercano e igual, pero hacia el interés por lo lejano y diferente. Acompañar al joven en este ensanchamiento interior de intereses y de deseos, es una forma muy auténtica de evangelización.

            La experiencia de ciudadanía social supone que se amplían los círculos de lo semejante y familiar hacia lo diferente y aun lo extraño. Los valores sociales no están referidos a los lazos de los iguales sino precisamente, a los de los diferentes, de aquellos que nos atraen y nos atemorizan a un tiempo. Porque son lo extraño: lo que supera nuestra sensibilidad o nuestra propia manera de ser, lo que supone un cierto reto a lo más nuestro y, por ello, nos abre a las dimensiones más universales de la existencia humana.

            Deberemos evitar con sumo cuidado una educación grupal autista, que encierre a los jóvenes en círculos exclusivos de iguales; para abrirlos a experimentar lo nuevo personificado en conductas y en modos de pensar que no son habituales a su ámbito familiar y conocido. Si la comunidad cristiana tiene algo que aportar al joven o la joven es, precisamente, su heterogeneidad.

            Por consiguiente, salir de la familia natural para pasar al grupo de iguales, aún no da cuenta del itinerario completo. Hace falta hacer el éxodo de lo propio y semejante y abrirse a lo desconocido y plural. Las experiencias más nobles y fecundas de cristianismo se fundan en la convocación de los diferentes a formar una identidad común.

            El símil del cuerpo, uno y variado en sus miembros, es una de las primeras metáforas de la naciente Iglesia.  Es preciso que volvamos sobre él a la hora de articular verdaderas comunidades cristianas que se vinculen desde una globalización de la diferencia solidaria. Somos uno porque vamos creciendo hacia la unidad, no porque partamos de ser cada cual igual al otro. Partimos de la aceptación de la diferencia y de su gran riqueza; y nadie tiene que echarle en cara al otro la variedad de su función, sino la pereza en compartirla con todos.

 

En conclusión: acompañar es trabajar en simpatía

 

El trabajo evangelizador con jóvenes siempre trata de ir creando un movimiento de simpatía de unos contextos con otros, de unas personas con otras, y entre todos los seres vivos de la naturaleza creada. Cuando los sistemas trabajan en simpatía se retroalimentan, producen un flujo nuevo entre ellos, viven en una comunión fecunda y natural. Pequeñas conexiones con los otros y con la totalidad de los seres vivos producen novedad, y nos vinculan a la verdadera Fuente de la Vida.

            Muy dentro de nosotros la idea de unidad con un todo caótico y autoorganizado está entretejida misteriosamente. Nos puede resultar extraño descubrirla tan presente y viva en nuestro mismo ser. Hay momentos en que sentimos la tendencia a cooperar con movimientos interiores, con impulsos que nos dirigen a los demás desde dentro a lo más auténtico de cada uno.

Debajo de nuestros sentimientos de soledad y de aislamiento vibra una atracción hacia los otros, un sentimiento de pertenencia. Es quizá el deseo de una unidad mayor, de un nosotros que nos desborda, de una interconexión con las otras personas, los otros seres del mundo. Vivimos mucho más unidos íntimamente a los demás de lo que pensamos. Una constatación de este hecho es la culpabilidad difusa que llegamos a sentir ante la desgracia de los demás, aunque estos nos sean extraños. En los fundamentos de nuestro ser, más o menos consciente, se encuentra un sentido de solidaridad con todos los seres humanos. Ello es una garantía de eclesialidad.

En medio de experiencias muy fuertes de sufrimiento y de soledad,  se puede agudizar la intensidad de los sentimientos de amor con una persona. Dicha intensidad, tan fuertemente vivida, puede llegar a ser el combustible necesario para hacer arder la esperanza y dar un nuevo sentido a la vida. El encuentro con los aspectos más caóticos del mundo puede conducir también, paradójicamente, a reforzar un sentimiento de íntima fe trascendente en el misterio en que habitamos.

El problema radica muchas veces en el modo como nos vivimos unos a otros: desconectados, fragmentos aislados, sin capacidad de reconocer las marcas que nos vinculan de un modo claro a un diseño de totalidad. Ponemos demasiado el énfasis en un yo aislado, en la conciencia del individuo que somos, creemos que podemos pensar y actuar desde cada uno sin ensamblarnos con los demás, sin contar necesariamente con ellos.

Pero somos nudos de un mismo tapiz, de una red mucho más grande que nos interconecta de una manera que ni siquiera nos atrevemos a imaginar. Precisamos adquirir una perspectiva “con otros”, desde los otros puntos de vista, para descubrir la nueva dimensión de la alteridad.

En nuestro trabajo con jóvenes se trata de asumir la complejidad del pensamiento corporativo, sustituir la perspectiva propia por una sensibilidad de comunión creativa y más compleja. Si hacemos del “nosotros” una forma de comprender y de actuar alternativa nos podemos descubrir con significados novedosos y en una mayor solidaridad con todo el mundo y con todos los que nos rodean.

 



[1]  IBAÑEZ, J., “La juventud como mito”, en A contracorriente, Madrid 1987

[2] Julia KRISTEVA apunta que, en cierta perspectiva, el otro –en este caso los jóvenes- es la proyección de nuestros miedos inconscientes o bien puede ser la proyección de nuestros deseos reprimidos. (Citado por BARTRA, R. en Culturas líquidas en tierra baldía. Katz, ed. Barcelona, 2008, pág.14)

 

[3]RICOEUR, Paul, Educación y política. De la historia personal a la comunión de libertades, Buenos Aires, 1984, 52ss Citado por J. NÉSPOLO, El problema de la identidad narrativa en la filosofía de Paul Ricoeur  ,Orbis Tertius, 2007, XII (13) 1

[4] FALLACI, O.: ‘Entonces, cuando el futuro se había vuelto muy corto y se me escapaba entre los dedos… me sorprendía con frecuencia pensando en el pasado de mi existencia: buscando allí las respuestas con las que sería justo morir. Por qué había nacido, por qué había vivido y quién o qué había plasmado el mosaico de personas que, desde un lejano día de verano, constituía mi YO’. Así comienza esta controvertida escritora su obra póstuma Un sombrero lleno de cerezas La Esfera de los libros. Madrid, 2008

 

[5] Cfr. HERNÁNDEZ PEREZ Y OTROS, Juventud en la Región de Murcia: de las incertidumbres a las nuevas biografías. En: El otro estado de

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