Te enseñaré el fervor


Fragmentos

 

Fragmentos de lo que vamos viviendo, o por mejor decir, de lo que nos vive. Lo que nos hace vivos y alerta en medio de nuestro día a día. Fragmentos del interior, del espíritu, débiles trazos del alma que brotan desde lo más hondo y se convierten en diálogo oracional o amistoso.
Los días que pasan nos van dejando su huella oracional, nos van orando la entraña desde el amor padecido y gozado el mismo ritmo, desde este amor que cría ausencia, que nos hace ricos de una manera nueva: desde la pobreza.
Comentarios a la revelación cotidiana, al amor comunicado, relatado desde Otro, desvelado ante nuestros ojos atónitos, asombrados. Desenterrando el tesoro del campo de nuestrs humanidad, desluciendo lo obvio de la vida, lo superficial, lo inmediato, lo que nos urge sin dejarnos demora para la clama, para el silencio más recogido y atento.

 

 


 PASIÓN CONFIADA, PASION VIGILANTE

 

 Según Elías Canetti, el amor y el temor se entremezclan de manera inseparable y ambivalente  en la condición humana. Nuestra vida se encuentra sujeta a dos pasiones primordiales que se oponen entre sí: el miedo y el amor.

         La pasión del miedo (el temor a entrar en contacto con los otros) consiste en perder la integridad física, la identidad anímica, la libertad de acción y en el límite, la vida misma. Lo que se teme de los otros es la violencia, el poder y la muerte. Se trata de perseverar frente a ellos en el propio ser.

         El miedo da lugar a dos grandes mecanismos de defensa: la separación y la repetición. Mediante la primera establecemos toda clase de distancias protectoras que impiden o dificultan el acercamiento a los otros, distancias físicas y distancias sociales.

         Mediante la repetición tratamos de mantener intacta nuestra identidad física y anímica, tratamos de preservarla y reafirmarla una y otra vez frente a todo posible contacto del exterior. Cualquier mutación puede abrir en nosotros una brecha que nos deje inermes ante los otros y nos exponga a la muerte. Ello provoca una gran desconfianza ante los otros.

         La pasión del amor, el insaciable deseo de comunión, de contacto, nos lleva a derribar todas las separaciones y a alterar todas las repeticiones. Esperamos recibir del otro no la herida, la humillación y la muerte, sino más bien el cuidado, el reconocimiento y la vida. La vida la buscamos no en la separación sino en la comunicación e identificación con los otros, en la apertura a sus innumerables formas de ser y en la alteración constante de nuestra propia identidad. La vida ya no consiste en sobrevivir sino en convivir, ya no desea mantenerse a sí misma contra y a costa de los otros, sino más bien, entre y gracias a ellos.

         El temor es una pasión vigilante que nos mantiene despiertos y precavidos ante los males que puedan sobrevenirnos. Es necesario para proteger nuestra libertad y nuestra vida. Sin embargo sólo es beneficiosa cuando se encuentra limitada, compensada y complementada por el amor, una pasión confiada que nos mantiene abiertos al exterior y al porvenir, a la asociación con los otros y a la variación de nuestro propio ser.

         El amor hace que no temamos sólo por nosotros mismos, sino también por aquellos a quienes amamos y nuestro temor principal ya no será el daño que puedan hacernos, sino el que nosotros podamos hacerles y el que todos podamos hacernos unos a otros.